16/7/10

Brisas de verano

Era invierno y el frío se calaba tan hondo que incluso a su corazón le costaba romper la escarcha que lo cubría.

Volvía a su casa a las ocho de la tarde, como cada día.
En su hogar nunca le esperaba nadie. Vivía sola desde hacía mucho tiempo, y se despertaba sola desde hacía mucho más.

Se quitó las pesadas ropas y se puso su pijama.
Calentó algo de leche en el microondas. Aquellos treinta y cinco segundos se le hacían eternos.

Se quedó mirando como la taza daba vueltas. Mientras, pensaba que le gustaría enamorarse. Odiaba el tópico de que la primavera la sangre altera, porque lo que se alteraba realmente eran los mástiles de los hombres. Ella buscaba un amor que le derritiera el corazón tan pequeño y congelado que tenía. Quería enamorarse en invierno.

El timbre del microondas la despertó de sus ilusiones.
Con la mano que le quedaba libre de coger la taza, cogió el mando de la televisión. Miró todos los canales una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... Hasta que sin darse cuenta llegó el día siguiente.

Y de nuevo, llegaron las ocho de la tarde.
Nevaba.
No quería volver a casa.

Quieta bajo aquella lluvia espumosa, observaba las pequeñas lucecitas que la miraban desde años luz. Pidió un deseo aunque no hubiera ninguna estrella fugaz. Cerró muy fuerte los ojos durante un par de minutos, y al abrirlos buscó por su alrededor con gran desesperación, pero no encontró nada de lo que había deseado.

Febrero, marzo, abril, mayo, junio...

Julio

Cogió el coche y condujo durante varias horas, hasta llegar a una playa en la que, raramente, no había nadie.
Caminó por la ardiente arena hasta llegar a la orilla. El mar le acariciaba los pies, y ella sonreía al ver como los pies se le enterraban cada vez más, ¿llegaría a desaparecer si permanecía ahí quieta mucho tiempo?

El sol le enrojeció la piel. Aun muerta de calor, no se movía del lugar. Una mano fría le hizo volver en sí. Se miraron.
Aquel hombre le congeló el corazón.