30/8/09

¿Lllegamos a caer del árbol?

Forma parte de nuestra naturaleza.
Avanzamos de formas distintas, con pasos inconstantes, con tiempos distintos; pero, igualmente, avanzamos de forma limitada. Esto hace que algunos lleguen antes que los demás, otros, que se fuercen a evolucionar y por último, que algunos vivan sin preocuparse. Sea el camino que sea, todos llegamos hasta el “check point” del juicio.

Podemos definir juicio como la capacidad de distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso. De juicio se compone la madurez.
Junto a este camina la experiencia. A más edad, más vivencias, pero no siempre más sensatez.

La experiencia, por si sola es incapaz de actuar; si no aprendemos lo que nos enseña, nos quedaremos parados.
Nosotros tendemos a que nos repitan las cosas mínimo dos veces, pero a veces (y demasiado a menudo) cometemos el mismo error hasta el día de nuestra muerte. Es algo que está en nuestros genes y que si quisiéramos podríamos controlar. Evitar los tropiezos e ir acorde con los obstáculos que nos pone la vida.

Siempre hay cosas nuevas, retos e inconvenientes. Sucesos que nos hacen ver que nunca llegaremos al final.

Sí, existe la madurez, la que como ya he dicho (aunque no con las mismas palabras), no tiene porque ir acorde con nuestra edad. [Si a una persona de 70 años siempre le han dado y solucionado todo, ¿qué le importa el afrontar las cosas y aprender? Por ejemplo].
Lo que no existe es la madurez final. Jamás llegaremos a serlo del todo. Nunca (acorde con la definición) sabremos ver con total claridad qué o quién nos miente u oculta la verdad. No podemos decir de forma globalizada qué está bien o mal; ahí interviene el pragmatismo. Eso sí, con el tiempo nos equivocaremos menos en las mismas cosas.

En conclusión: la madurez depende del aprendizaje de los errores, de asimilarlos, superarlos y no volverlos a repetir; para que cuando sucedan otra vez – todo vuelve – sepamos solucionarlos con la mayor facilidad.
Relativa conclusión.

25/8/09

Reconocerte la cara en los espejos

Podemos reflejarnos en varios lugares: escaparates, mares, en los ojos de otro ser, en una canción...
Centenares de sitios donde uno puede verse interiormente o de frente; pero ¿y qué pasa con nuestra espalda? Es difícil verla reflejada.
Quienes pueden verla siempre son los demás. Los que observan con mayor claridad cuántas puñaladas llevamos clavadas. Una parte de nosotros que no podemos conocer con facilidad, una parte que no se puede ocultar porque no llegamos.

Mi mundo ha ido mucho tiempo del revés, pues reconozco antes mi espalda masacrada que la cara que refleja mi ser.
A tal situación se llega cuando tu maldita independencia hace que hasta tú reniegues de tus problemas, que TÚ te des la espalda.
Ni ayudas del exterior, ni ayudas del interior. No confiaba en nadie, no confiaba ni en mi mente.
Limpiaba mi espalda con los ojos cerrados, mi espíritu enmugrecía.

Si no te tienes ni a ti mismo, no puedes tener a nadie; por mucho que notes sus presencias.

Ahora sé quien me acompaña a todos lados, quien me acompaña en las soledades, quien nunca me falla: yo.


Nunca he dependido de nadie, ni tan siquiera de mi. Alma desemparada que ha encontrado su cara y su espalda, una totalidad. Alma que no desprecia la confianza en los demás.

24/8/09

De raíz

Fue creciendo, y yo; desapareciendo.
Ocupó el tiesto y las malas hierbas se acabaron haciendo con el reino.

La obsesión y el conocimiento del hecho agravaron la conquista. Sumado al hecho de que las defensas se preocupaban más por aquella intervención, el reino quedó al descubierto.

Allá donde surgen las ideas, dos voces se entrelazaron hasta que una venció. Su reino ha durado dos años.

Aquella débil voz se escondía en sombras, sin súbditos a quien aferrarse; aunque tampoco los buscaba. Y ya lo dicen que a veces las cosas cuando menos las buscas, vienen (o suceden).
Vino una luz esperanzadora, y escalón tras escalón recuperó lo que le pertenecía.
Ahora volvía a ser la voz fuerte que un día fue, y fuerte permanecerá para no volver a caer.

Pero esa otra voz, al caer, se rompió en dos partes. A veces se escucha su eco, y sin darse cuenta ha hecho lo que hacía antes, pero atacando ahora moralmente. Siempre quedan secuelas en algún lado si no se ven todas las partes destruidas.

Esos actos impulsivos, ese alivio que ha de sentir después por la culpabilidad de los instintos, no han desaparecido respecto a los actos involuntarios.

Claro que hay veces que nos sentimos culpables, nadie es frío como el hielo. La culpabilidad en menor medida es parte de todos, de la condición humana; pero si es una culpabilidad tras otra es por buscar la solución rápida, con consecuencia de la satisfacción engañosa; cosa que no sucede con la solución correcta.
Ésta es fácil de reconocer, sólo puede haber una.


Qué cosas, ahora sólo tengo una...

20/8/09

Sueño con no soñar

Y ya lo dijo Nietzsche, que todo vuelve. El eterno retorno.
Creía que para lo material sí servía esa teoría, pero resulta que con lo que no puedes ver también sucede. Nunca vuelve de la misma manera, a veces más débil y otras veces tan intensamente que te destroza por dentro.

Y es ahora cuando veo que el nombre de este blog no tiene pies ni cabeza. Hubo un momento en que a base de hechos reales desaparecía. A llegado el momento en que he comprobado que en el fondo nunca se fue, simplemente le corté las alas y no le permití soñar a más de un metro del suelo; y aun a tan poca distancia el choque ha provocado movimientos sísmicos.

Dicen también, que el karma te devuelve los actos malos que has hecho. Yo he debido ser el mismísimo Satanás.